El emparrado (Parte II): sueño de Juan Bosco
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¡Nos han engañado!
—El que quiera caminar sin dificultad alguna sobre las rosas — les decía yo— que se vuelva atrás; los demás que me sigan.
No pocos volvieron atrás. Después de haber recorrido un buen trecho de camino, me volví para observar a mis compañeros. Pero ¡cuál no sería mi dolor!, al ver que una gran parte de ellos había desaparecido y otra parte, volviéndome las espaldas, se alejaba de mi.
Inmediatamente volví atrás para llamarlos, pero todo fue inútil, pues ni siquiera me escuchaban. Entonces comencé a llorar desconsoladamente y a querellarme diciendo:
— ¿Es posible que tenga que recorrer yo solo este camino tan difícil?
Pero pronto me sentí consolado. Vi avanzar hacia mí un numeroso grupo de sacerdotes, de clérigos y de personas seglares, los cuales me dijeron:
—Aquí nos tienes; somos todos tuyos y estamos dispuestos a seguirte.
Poniéndome entonces al frente de ellos reemprendí el camino. Solamente algunos se desanimaron, deteniéndose, pero la mayoría llegó conmigo a la meta.
Después de haber recorrido el emparrado en toda su longitud, me encontré en un nuevo y amenísimo jardín, rodeado de todos mis seguidores. Todos estaban macilentos, desgreñados, cubiertos de sangre. Entonces se levantó una suave brisa y al conjuro de la misma todos sanaron. Sopló nuevamente otro vientecillo y, como por ensalmo, me encontré rodeado de un inmenso número de jóvenes y de clérigos, de coadjutores y de sacerdotes, que comenzaron a trabajar conmigo guiando a aquella juventud. A algunos no los conocía, otras fisonomías, en cambio, me eran familiares.
Entretanto, habiendo llegado a un paraje elevado del jardín, me encontré con un edificio colosal, sorprendente por su magnificencia artística, y al cruzar el umbral penetré en una espaciosa sala tan rica, que ningún palacio del mundo podría contener otra igual. Estaba completamente adornada con rosas fragantísimas y sin espinas, de las que emanaba un suavísimo olor. Entonces, la Santísima Virgen, que había sido mi guía, me preguntó:
—¿Sabes qué es lo que significa lo que estás viendo ahora y lo que has observado antes?
—No —respondí—, os ruego que me lo expliquéis. Entonces Ella dijo:
—Has de saber que el camino por ti recorrido entre rosas y espinas significa el cuidado con que has de atender a la juventud; debes caminar con el calzado de la mortificación. Las espinas que estaban a flor de tierra representan los afectos sensibles, las simpatías o antipatías humanas que apartan al educador de su verdadero fin, que lo hieren o lo detienen en su misión, que le impiden avanzar y cosechar coronas para la vida eterna. Las rosas son símbolo de la caridad ardiente que debe ser tu distintivo y el de todos tus seguidores. Las otras espinas son los obstáculos, los sufrimientos, los disgustos que tendréis que soportar. Pero, no te desanimes. Con la caridad y con la mortificación superaras todas las dificultades y llegaras a las rosas sin espinas. »
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ORACIÓN
Dios te salve, María,
llena eres de gracia, el Señor es contigo,
Bendita tu eres entre todas las mujeres,
y Bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte, AMEN.
María Auxiliadora de los cristianos…
RUEGA POR NOSOTROS
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